lunes

vacas y cacas

Un cerebro en la cocina. Sin bolsa de plástico, sin refrigeración. Un rayo entra puro y le acaricia las circunvoluciones. Me acuerdo de las clases de biología, el olor rancio del cerebro empezando a pudrirse, los guantes de latex, el formól. La obligación de manosear y experimentar con algo muerto. Asco.

Un cerebro que un día antes se partió de un mazazo. O quizás éste fue uno de esos afortunados que necesitan más de un golpe para dejar de funcionar. Me acuerdo de 'La hora de los hornos' y de taparme los ojos con los dedos para poder espiar mientras le partían el mate a la vaca.

Un cerebro que tiempo antes tejía un gran gobelino de estrellas, motivadas sólo por cumplir las funciones básicas de cualquier ser vivo: comer, coger y cagar. Para que poco después sus restos sean expuestos en el mostrador de alguna carnicería de mala muerte.

Un cerebro que ahora está lleno de moscas, que transpira al sol. Que se pudre de tanto pensar o de ya no hacerlo. En realidad otro cerebro se congestiona pensándo en él. Recorriéndolo con la mirada y repasando cada una de esas historias que le invoca. El miedo, el asco y la sangre inmovilizada en esos montículos ahora grisaseos, blancuzcos. Todo se termina cuando algo se asoma... de repente una cosa se mueve, ¿un gusano? y otro, otro más. Salen por todos los costados desplegando la ceremonia sobre la mesada. Intento tragarme el asco sin correr la mirada, cuando el perro se lo traga de un bocado... y se va moviendo la cola.

0 comentarios:

Publicar un comentario