domingo
El motivo que disparó las palabras II
Las tripas gruñendo tampoco funcionan como una canción de cuna y esa noche al Niño lo mataba el dolor de barriga, por eso salió a caminar. Descalzo, como siempre patió unas 30 cuadras, deteniéndose a juntar pedacitos de plástico, papeles de colores y una botellita de vidrio que encontró parada solita en medio de la noche.
Le gustaba pensar como habían sido las cosas antes de que llegaran a sus manos, antes de conventirse en basura. El pedacito de plástico podría haber sido una tapita de coca, de esas que te dan puntos para regalos que nunca ganás. Uno de los papelitos de colores había envuelto a los alfajores dorados y plateados, otro había sido un volante de una casa de cueros y así.
Los guardó todos adentro de su botellita y tirado en el piso la hacía rodar, aprovechando la bajada de la calle. Veía saltar a los pasajeros de colores, en esa nave maravillosa de la que él era el capitán, hasta que sin darse cuenta se quedó dormido.
A la mañana siguiente el Niño no esperó al Sol en la esquina de la Penumbra y él tampoco lo abrigó con su caricia matutina. Lo mismo pasó los días siguientes. Nadie veía al Niño correr carreras, ni gritar goles hasta que el Sol encontró la botella con todos sus pasajeros. Una vez más la Luna se había guardado el futuro en el bolsillo, sólo para ella.
Al Niño, el Sol le regaló un caleidoscopio para que pueda seguir espiando a sus pasajeros por la boca de la botella. Ahora desde algún lugar los vé, pero ya no como pedacitos de basura sino como recuerdos de sus días siendo el capitán de la Gran Ciudad.
 



 
 
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