lunes

La importancia de ser Ernesto

Capítulo 2

La presencia del tío Ernesto aquel domingo mostró un costado de la familia que me resultó bastante extraño. La abuela, una mujer de muy pocas pulgas fue la más paciente y comprensiva. En el historial, los encuentros entre ella y el tío nunca habían sido gratos por lo que su actitud cariñosa hacia el pobre hombre me descolocó.

El abuelo -su hermano- intentaba ignorar la presencia del tío y sus dichos. Se notaba el dolor que le causaba ver a Ernesto ya viejo y perdido, o quizá era el dolor de saber que en ésta rayuela que es la vida, cada vez le queda menos para llegar al otro lado.

La tía -su sobrina- ni se molestó en disimular su frialdad. Hablaba de la senilidad del tío, cuestionaba sus historias y exageraba los pequeños deslices, las repeticiones y 'los cuelgues' del cansado cerebro del viejo. Ernesto la miraba y hacía un gran esfuerzo por conservar la lucidez que parecía escapársele por los ojos, en esa mirada viva y punzante.

No es necesario decir que el almuerzo y los comentarios me fueron imposibles de digerir. La bronca siempre cae pesada. Continuamos la sobremesa afuera, en el parque.

Los 30 grados a la sombra no pudieron condensar la frialdad del ambiente. Se sentía en la piel y en el estómago. A la tía no parecía molestarle. Yo le pedí que se ubique y apague su aire acondicionado.

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