miércoles

El ocaso llegó en diciembre

Capítulo 8

Los días se hacen largos cuándo llega diciembre. Y tienen la particularidad de virar el timón con tanta violencia que el punto de quiebre termina volviéndose imperceptible. Felicidad, tristeza. Diciembre me trajo en sus primeros días una noticia por la que trabajé durante todo un año, pero a las pocas horas me tiró por la cabeza otra, que aunque la sabía cercana no la esperaba. No todavía.

De la historia de Ernesto me quedó bastante por contar. Después de un mes y pico de espera y de llamados interminables, apareció la plaza en un geriátrico de almagro-boedo. Los exámenes pertinentes denunciaron el ahora agravado estado, de aquel pacman siniestro en la cabeza del pobre viejo.

- Yo no puedo estar acá. Ahora me viene a buscar Alberto y me voy eh! me voy, me voy. Yo no tengo que estar acá. Ya viene Alberto -

Quisimos creer que al estar rodeado de gente como él y de otros, más jóvenes dispuestos a atenderlo, todo mejoraría. Yo esperaba el permiso para poder visitarlo alguna tarde de sábado, cuando recibí la noticia.

Después del improvisado ágape de fin de curso, ya camino a casa, sonó el celular y lo atendí con fastidio. Cuándo corté quedé en silencio unos instantes y ante la pregunta de mi acompañante sólo atiné a contestar: El hermano de mi abuelo se está muriendo. De ahí en adelante nada pudo abstraerme del peso de aquella frase.

Capítulo 9


La internación fue de urgencia en el Hospital Guemes. Los abuelos, mi mamá y mi tía montaron las guardias durante el día y la noche. Llegó a terapia intensiva con signos de debilitamiento y una infección galopante en los riñones. A partir de entonces sólo se buscaron culpables: que en el geriátrico no lo atendieron bien, que en realidad es a causa del abandono prematuro del tratamiento. Nadie planteó como posibilidad que Ernesto haya decidido simplemente dejarse morir.

Cuándo la tía llegó al sanatorio pidió en la recepción el número de habitación. 1236. Llegó y en ninguna de las dos camas estaba Ernesto. Volvió y aviso que había un error, que en esa habitación no estaba Ernesto Casarico. - ¿Está segura?- Sí, vengo de allá y no está-, dijo mientras caminaba de nuevo a la habitación, ahora acompañada de la enfermera. - ¿Cuánto hace que no ve a su tío, señora? ¿No lo reconoce?- . La tía no pudo contestar. Con varios kilos menos, el pelo completamente blanco, la piel acurrucada en los huesos y cables por todos lados, permanecía inconciente en la cama el tío Ernesto.

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