miércoles

el ocaso llegó hoy

Al ver mis horas de fiebre


Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano
tienda próximo a expirar
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidrie
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración al oírla,
¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa
¿quién vendrá a llorar?

¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?


Vaya a saber porqué, el profesor eligió ése día y no otro, para contar la única anécdota que no repitió en todo el cuatrimestre. Recitó de memoria la poesía de Gustavo Adolfo Becquer que había estudiado para la clase de Castellano, a sus infantiles y lejanos 12 años.

Otra prueba más para no creer en las casualidades.


Al querido tío Enrique, que siempre tendrá quién lo recuerde con amor.

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