lunes

Pagate un telo... RATA

Una tarde como todas, salí a darle de comer a Lucrecia. En las primeras horas después del mediodía el Rancho se vuelve silencioso y casi desierto. Ahí es cuando suelen aparecer los pubertos fumadores de porro, que merecen un capítulo aparte, pero no el de hoy.

Las primeras horas de la tarde en el Rancho son solemnes, no hay vecinos al acecho a los que tener que saludar ni pendejitos correteando de esquina a esquina. Son los momentos preferidos de Lucrecia y míos, definitivamente. La gente que va y viene es silenciosa y anónima, dulces placeres diría Morrison. Pero una tarde todo nuestro escenario perfecto se jodió con la presencia de un viejo Falcon.

Estacionó en la esquina levantando cierta sospechosa, Lucrecia ni se mosqueó. Yo no me acuerdo porqué tuve que entrar. Esa misma semana la escena se repitió, no reconocí el Falcon hasta que pasé sin darme cuenta por al lado y ví una cabeza meciéndose delicadamente pero con ritmo constante de arriba hacia abajo. MENTIRA, pensé y seguí derechito pensando que la televisión posiblemente sea culpable de esa 'idea pija' de creer que todo gira alrededor de lo mismo. Que hasta un plato de picles y lengua a la vinagreta 'están hablando de fatos (y de faso también)'.

La última tarde pude ver al dueño del Falcon, un hombre con cara de ese tipo que fue al programa de Susana Gimenez y se hacía el macho de américa porque se curtía a dos mellizas que evidentemente habían perdido 4 o 5 ravioles camino a los estudios de Telefe. Un tipo con mucha cara de boludo -resumiendo- que vestía el uniforme de una empresa de sodas. Se metieron en el auto y estacionaron en la esquina como en las tardes anteriores. Al rato el auto se meneaba de arriba hacia abajo. Así fue que se activó mi Super Yo generador de reacciones exageradas de poco alcance, pero ésta no, esta vez me hinché las pelotas de una manera incontrolable. Me pareció mersa, irrespetuoso, incomodo y desubicado como chupete en el orto, no eran pendejos con las hormonas en plena ebullición. No daba hacer y/o dejarse hacer un pete en esa circunstancia.

Agarré un papel y un marcador, de esos indelebles. Salí, eran las 4 pasadas y el Rancho empezaba a despertarse de la siesta. Sólo garabatié el título de este posteo en mayúscula de imprenta, me acerqué con paso firme y lo pegué en el parabrisas con un golpe seco. 'La concha de tu madre', se escuchó mientras una cabeza se asomaba por la ventanilla, no pude evitar la tentación. 'Eh para tanto Cimes? Anda a apretar el sifón a otro lado, dale. Pagate un telo, dejate de joder'

Con la puteada en la boca metió segunda y salió. Yo le regalé entre carcajadas mi dedo más largo apuntando hacia el cielo, y lo mantuve firme hasta que desapareció de mi campo visual. Me senté en mi umbral, Lucrecia se acurrucó en mi falda y todo volvió a ser solemne, perfecto. Igual a todas las tardes.

1 comentarios:

Unknown dijo...

jajajajajaja
este es genial, genial, genial amiga :)

10 de mayo de 2010, 11:27

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